Por El Pingüino
Daniel Scioli es todo un enigma para el gobierno nacional. Un día hace demostraciones verbales de fidelidad absoluta a la presidenta de la nación y al día siguiente visita al Grupo Clarín y sonríe delante de una actriz que debe su popularidad a la sátira que viene haciendo de Cristina en el programa de Jorge Lanata. Scioli es absolutamente incontrolable y eso saca de quicio al kirchnerismo, especialmente a su denominado “núcleo duro” compuesto por los ultra cristinistas, por los que hacen de la obediencia debida un estilo de hacer política.
A esta altura de los acontecimientos, seguramente el gobierno nacional debe haber llegado a la conclusión que Scioli es como es, que no esconde su verdadera naturaleza. Desconozco qué piensa en la intimidad el “núcleo duro” del kirchnerismo pero me atrevo a afirmar que no es muy diferente a lo que expongo a continuación. Scioli es un típico “outsider” de la política. Hasta que el presidente Carlos Menem lo convenció en los noventa para que se dedique a la política, Scioli era un famoso deportista náutico que en 1989 sufrió un severo accidente que le costó la pérdida del brazo derecho. Ese dramático momento significó para Scioli un punto de inflexión en su vida y es probable que esos momentos interminables en que estuvo en el agua desangrándose lo hayan transformado en una persona con un espíritu de hierro. Siempre sonriente y de buen humor, al menos en público, Scioli siempre hizo un culto del diálogo y el consenso. No soporta los conflictos y cuando lo agreden no responde y continúa para adelante, como si nada. Pese a no poseer una sólida formación ideológica, es un típico exponente de la tradicional clase media alta de nuestro país, partidaria del liberalismo en lo económico y enemiga mortal del populismo.
En los noventa aceptó el convite de Menem y a partir de entonces comenzó una brillante carrera política que puede culminar este año con el premio mayor, la presidencia de la nación. Por su forma de ser, no tuvo inconveniente alguno en estar bien con Menem, De la Rúa y Duhalde. Con el matrimonio Kirchner alcanzó el estrellato político pese a que tanto Néstor como Cristina lo maltrataron bastante desde que acompañó al patagónico en la boleta presidencial. Sin embargo, Scioli ni pestañó. Siguió su marcha imperturbable, sin contestar absolutamente nada y afirmando siempre que su respuesta es su acción política. En 2007 fue elegido gobernador de la provincia más importante del país y fue entonces cuando comenzó a pensar en serio en la presidencia de la nación. Siempre afirmó su lealtad con el kirchnerismo pero lo cierto es que el matrimonio K jamás le creyó. Su juego zigzagueante y su escasa predisposición a las afirmaciones rotundas jamás pudieron ser deglutidas por un gobierno que siempre hizo del antagonismo su manera de hacer política. Cristina puso un especial empeño por desgastarlo pero hasta ahora las encuestas demuestran que siempre está en la “pole position”.
Aparentemente muchos de los que sostienen a Cristina también están a favor de Scioli, pese a que su personalidad es antitética a la de la presidenta de la nación. Con el correr del tiempo, el gobierno nacional terminó por encontrarse atrapado en un laberinto. Descartada la re-reelección de Cristina luego de las elecciones de medio término de 2013, el oficialismo comenzó con la ardua tarea de encontrar un candidato capaz de garantizar la continuidad del modelo K y, fundamentalmente, de ser “permeable” a las “sugerencias” de la presidenta. El problema que tiene Cristina delante de sus narices es que el único que, hoy por hoy, está en condiciones de competir seriamente por el poder este año es un candidato que no le garantiza la continuidad del modelo K y que no es “permeable” a sus “sugerencias”, pero que viene jurando y perjurando su lealtad K. ¿Será finalmente Scioli el candidato K? ¿Cristina terminará bendiciendo su candidatura? Todo parece indicar que sí porque la presidenta sabe mejor que nadie que el peronismo perdona todo, menos la derrota.
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