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La caída del Primer Triunvirato
A pesar de todos sus esfuerzos el Triunvirato no logró detener su desprestigio. Fue entonces cuando recibió el golpe de gracia: la aparición de la Logia Lautaro y el protagonismo de quien es considerado por muchos historiadores nuestro máximo prócer: José de San Martín. El 9 de marzo de 1812 arribó a Buenos Aires una fragata inglesa llevando a bordo a americanos que habían servido en el ejército español, que estaban imbuidos del espíritu de independencia y que habían estado vinculados a logias de la masonería. El de más alta graduación y el que sobresalía era el por entonces teniente coronel José de San Martín. Iniciado en la masonería comprendió desde el principio la verdadera naturaleza del problema que aquejaba al proceso revolucionario: internamente era fundamental dotarlo de cohesión política y fortaleza militar, y externamente era vital conservar la alianza con Inglaterra. San Martín contó con el inestimable apoyo de los alféreces José Matías Zapiola y Carlos de Alvear. Este “triunvirato” captó rápidamente la falta de poder que padecía el gobierno, su escasa credibilidad, su lánguida legitimidad. Ello los motivó a organizar una sociedad secreta para afianzar el proceso revolucionario, lo que en la práctica significaba la sustitución del Triunvirato. Adoptó, pues, el golpismo como método de acción política.
Rivadavia, suplente de Chiclana, había ocupado su lugar en el Triunvirato a raíz de su renuncia. Quedaba vacante el cargo dejado por don Bernardino. En esas circunstancias debía sí o sí convocarse a la Asamblea para designar al nuevo suplente de Rivadavia. Fue entonces cuando la Logia, con el apoyo de la Sociedad Patriótica y de ex morenistas, decidió pegar el zarpazo. Octubre 6 fue el día elegido. El 5 se conoció que Belgrano, desconociendo abiertamente las órdenes del Triunvirato, había obtenido una clara victoria sobre los realistas en las afueras de Tucumán. Consciente o no, Belgrano puso en evidencia los errores que venía cometiendo el gobierno. El 6 Pedro Medrano fue elegido suplente de Rivadavia. Dos días más tarde la Plaza de Mayo amaneció cubierta por militares y civiles que exigían la renuncia de los triunviros. Era el bautismo del regimiento de Granaderos a Caballo, unidad de élite creada por San Martín. Lo primero que hicieron los históricamente venerados Granaderos fue, pues, participar de un golpe de Estado cívico-militar. Fue entonces cuando entró en escena el jacobino Bernardo de Monteagudo quien acusó al Triunvirato y la Asamblea de atentar contra las libertades civiles. Acto seguido exigió el fin del gobierno y la reasunción de la autoridad del Cabildo, autoridad que se le había delegado en la histórica jornada del 22 de mayo de 1810. Monteagudo exigía que el proceso revolucionario retornara a sus fuentes, que recuperara su verdadera esencia, su pureza. Monteagudo estaba convencido, como San Martín, de que el Triunvirato, es decir Rivadavia, se había apartado definitivamente del objetivo independentista trazado por el gobierno el 25 de mayo de 1810.
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El proceso revolucionario recupera su esencia. El Segundo Triunvirato
Asfixiado por la presión militar el Cabildo designó triunviros a Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte. Lo primero que decidieron fue convocar a una Asamblea (la histórica asamblea que comenzó a funcionar en 1813) en la que estuvieran representados todos los pueblos y definir el tipo de sistema político que sirviera de carta de presentación ante el mundo. Además, reconoció que la autoridad de Fernando VII era un recuerdo. Vale decir que, por un lado, el nuevo triunvirato intentó sepultar el porteñismo del gobierno precedente fuertemente influenciado por Rivadavia y su decisión de ir en la búsqueda del gran objetivo del proceso revolucionario: la plena y genuina independencia. Si los revolucionarios creyeron que le habían dado el golpe de gracia a Buenos Aires, cometieron un grosero error de cálculo. Porque si bien es cierto que pretendían que todos los pueblos estuvieran representados en la flamante Asamblea, los hechos demostraron que la influencia de Buenos Aires lejos estuvo de amainarse ya que fueron varios los hombres de Buenos Aires que representaron a las provincias, como Larrea, Vieytes, Agrelo, Posadas, Monteagudo, Álvarez, López y Planes, Valentín Gómez y Juan Ramón Balcarce. Ello significa que, en última instancia, la denominada “revolución del 8 de octubre de 1812” fue una clásica expresión de gatopardismo. Aparentemente se produjeron grandes cambios políticos-el reemplazo de un triunvirato por otro-pero en el fondo todo permaneció igual-la preeminencia de Buenos Aires-.
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