19
Hacia la concentración del poder político
Paradojas de la política argentina. La revolución del 25 de mayo de 1810 hizo posible la implantación, a fines de ese año, de un gobierno con representación de todos los pueblos del ahora ex virreinato. La evolución de los años posteriores-cuatro, para ser bien precisos-desembocó, por un lado, en la implantación de un gobierno unipersonal y, por el otro, en la hegemonía de Buenos Aires. La concentración del poder político fue consecuencia del empeoramiento de la situación político-militar apenas se instaló la Junta Grande. Las tropas comandadas por Belgrano, enviadas al Paraguay por la Primera Junta, sufrieron duras derrotas en Paraguarí (19 de enero de 1811) y en Tacuarí (10 de marzo). El futuro creador de la bandera fue consciente de las ventajas que podría obtener con el acercamiento a los jefes criollos que formaban parte de los vencedores. Rápido de reflejos, antes de producirse la batalla de Tacuarí les envió a dichos jefes una serie de cartas donde les explicaba sus objetivos. Les hizo ver que buscaba la liberación política y económica del Paraguay, el nombramiento de un diputado guaraní al Congreso, etc. Tras la derrota de Tacuarí le reiteró a su vencedor, Cavañas, su intención de hermanar ambos países. Esa táctica rindió sus frutos. Belgrano y sus tropas retornaron derrotadas a la Argentina pero sin participar en ninguna otra batalla, y quedaron sentadas las bases de un partido criollo paraguayo que tiempo después lograría destituir al gobernador Velazco. Al ejército del norte le fue peor. Violando una frágil tregua entre Goyeneche y Castelli, el ejército realista le propinó al ejército auxiliador una dura derrota el 20 de junio, provocando su desbande y posterior disolución. Para empeorar el panorama, los pueblos se rebelaron contra los abusos cometidos por las tropas criollas y los altoperuanos desertaron.
Ante semejante panorama Saavedra dejó la presidencia y se dirigió al norte para reconstruir material y espiritualmente al ejército. La partida del presidente dejó en la Primera Junta un vacío de poder que atentó contra su funcionamiento y envalentonó a la oposición, cuyos referentes respiraron aliviados con el alejamiento de su más poderoso adversario. Mientras tanto, ya de regreso Manuel Belgrano organizó la campaña contra la Banda Oriental y Rondeau y Artigas, subordinados suyos, se dedicaban a hostigar Montevideo. Fue entonces cuando a la Junta le llegaron noticias inquietantes: Elío le pidió ayuda a Río de Janeiro y fuerzas portuguesas habían ingresado a la Banda Oriental a comienzos de julio. Para evitar que las fuerzas criollas que sitiaban Montevideo quedaran a merced de las fuerzas de Elío y las fuerzas portuguesas, la Junta Grande buscó un armisticio que le permitiera utilizar las fuerzas criollas para “poner orden” en el norte y, de paso, deslegitimar la inquietante presencia portuguesa.
En Buenos Aires la estabilidad de la Junta Grande pendía de un hilo. Sarratea y Rivadavia eran los referentes de un grupo que decidió aliarse con los morenistas para terminar de una vez por todas con la Junta Grande, es decir con el saavedrismo. Para colmo dentro del propio gobierno había quienes, como Paso y Gorriti, miraban con simpatía a la flamante coalición opositora. El 19 de septiembre de 1811 fue una fecha clave porque el pueblo ilustrado de Buenos aires eligió a Chiclana y Paso, dos conspiradores, como diputados del Congreso. Tres días más tarde, un Cabildo cooptado por la oposición exigió la reforma del gobierno. La presión dio sus frutos porque el 23 de septiembre la Junta Grande tomó dos drásticas decisiones: primero resolvió disolverse y luego dispuso la creación de un Triunvirato. Fueron designados miembros del mismo Juan José Paso, Feliciano Chiclana y Manuel de Sarratea, secundados en calidad de secretarios por Vicente López y Planes, José J. Pérez y Bernardino Rivadavia. La venganza de Mariano Moreno se había consumado.
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El primer Triunvirato. Surgimiento del localismo porteño
De un órgano colegiado se pasó a un gobierno de tres. Afortunadamente, sin derramamiento de sangre. El morenismo estaba representado por Paso y López y Planes mientras que el sector que respondía a Bernardino Rivadavia parecía tener el control. El Primer Triunvirato estuvo acompañado por la denominada “Junta Conservadora”, integrada por los diputados del interior. Su función era la de establecer las normas a las que debería sujetarse el flamante gobierno. Según el acta de creación del gobierno, éste estaba obligado a responder ante aquélla. El 22 de octubre la Junta dictó un documento denominado “Reglamento Orgánico” que garantizaba la inviolabilidad de sus miembros y la responsabilidad institucional recién mencionada. Este reglamento poca gracia le hizo a los triunviros ya que inmediatamente se percataron de algo por demás evidente: la Junta pasaba a ejercer un co-gobierno, lo que era considerado inadmisible por los triunviros. Su reacción fue inmediata: envió el reglamento al Cabildo de Buenos Aires que lo rechazó en un santiamén. Jurídicamente era poco atinada la decisión del gobierno ya que un reglamento dictado por la Junta Conservadora, que representaba a todos los pueblos, era rechazado por un órgano municipal. Pero en la decisión del gobierno primó lo político y no lo jurídico. Y logró su objetivo que era provocar un enfrentamiento con la Junta para presentarla como una institución que entorpecía la marcha del gobierno. Fue así como logró la justificación que necesitaba para disolverla el 7 de noviembre. Nadie dudó a partir de entonces dónde residía el poder.
En una actitud propia de una monarquía absoluta, el gobierno decidió ajustar su conducta a un Estatuto Provisorio dictado por él mismo (su autor intelectual fue Bernardino Rivadavia). Ello explica la siguiente particularidad: el documento establecía una duración temporaria de los triunviros (no más de medio año) y una duración indefinida de los secretarios. Vale decir que Rivadavia elaboró un reglamento sólo para dotar de “juridicidad” a sus ambiciones políticas. Quedó constituido, por ende, un gobierno cuyos integrantes debían ser elegidos por el Cabildo (órgano porteño), un importante número de vecinos porteños y por los representantes de los pueblos, quienes al poco tiempo serían expulsados de Buenos Aires. Todo el poder quedaba en manos de Buenos Aires. Su carencia de legitimidad era notoria. En efecto, el Triunvirato fue el fruto de una típica maniobra palaciega de una élite voraz y depredadora que contó a su favor con la debilidad política de la Junta Grande y con la complicidad de algunos de sus miembros. La traición estuvo a la orden del día ya desde los albores de nuestra fascinante y dramática historia. Pero lo más importante fue que desmoronó el carácter nacional que pretendió darle desde un principio la revolución del 25 de mayo. Si hubiera vivido en aquella época Groucho Marx se hubiera hecho un festín. Su recordado axioma “estos son mis principios pero si le desagradan tengo otros” se hubiera adecuado, por ejemplo, al comportamiento sinuoso de Juan José Paso, quien el 22 de mayo de 1810 había aceptado un gobierno con representación nacional y un año después defendía un gobierno exclusivamente porteño, del que, obviamente, formaba parte. El porteñismo había presentado sus credenciales. Bernardino Rivadavia estaba de parabienes.
Mientras el Triunvirato consolidaba su poder en el plano interno (era, de hecho, una dictadura), en el externo debió extremar sus recursos para neutralizar la amenaza militar. El 12 de octubre de 1811 Belgrano concluyó un tratado de paz con el flamante gobierno revolucionario de Asunción del Paraguay conducido por el doctor Gaspar de Francia, en virtud del cual ambos países se comprometían a mantener cordiales relaciones y unirse en federación. Pero, hasta que esa unión no se concretase, el gobierno paraguayo conservaba su independencia. Mientras tanto, el gobierno firmó otro tratado de paz con Elío el 20 de octubre que lejos estuvo de satisfacer al pueblo oriental ya que era lesivo de los intereses de los patriotas uruguayos. La consecuencia lógica fue el aumento de la popularidad de José Gervasio Artigas quien a partir de entonces dejó de confiar en los triunviros. Por su parte, Juan Martín de Pueyrredón, a cargo de las tropas en el norte, le rogó al gobierno que lo relevara porque consideraba que no estaba capacitado para tamaña tarea. En febrero de 1812 fue sustituido por Belgrano quien previamente había enarbolado, en la inauguración de dos baterías (a las que denominó “Libertad” e “Independencia”), la bandera (denominada Bandera Nacional) en las barrancas de Rosario, sobre el majestuoso Paraná. Ese gesto de Belgrano motivó una dura reprimenda de parte de los triunviros ya que lo consideró una falta de respeto a su autoridad.
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El pingüino
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