Lo que aconteció en mayo de 1810 fue una revolución cívico-militar. Un grupo de vecinos calificados tomó la decisión fundamental el 22 y en la constitución de ambas juntas, la del 24 y la definitiva del 25, las fuerzas militares tuvieron un rol protagónico. Como bien señala Bidart Campos en la segunda acta capitular del 25 para la constitución de la Junta, se lee que los miembros del cabildo tuvieron noticia de una representación efectuada por vecinos, los comandantes del ejército y miembros de los cuerpos de voluntarios, a nombre del pueblo. Ello significa que el proceso revolucionario fue motorizado por el sector civil y el sector militar. ¿La revolución de Mayo presentó, entonces, un carácter elitista? ¿El grueso de la población quedó al margen de las graves decisiones que se estaban tomando? Es cierto que sólo una minoría participó activamente pero no pueden soslayarse las constantes invocaciones al pueblo como el ámbito donde germina el poder y como el sujeto final que legitima las decisiones tomadas por la élite. La élite política y la élite militar fueron capaces de actuar de ese modo porque a sus espaldas había un pueblo que las apoyaba. Hay quienes, como Rodolfo B. Rotman (1), están convencidos de que la revolución fue protagonizada exclusivamente por la élite política y la élite militar. Otros, como José Ingenieros (2), enfatizan el carácter popular del movimiento revolucionario. Para los primeros hubo una notoria indiferencia del pueblo, una apatía que fue contrarrestada por el ímpetu revolucionario de la élite civil y la élite militar. Para los segundos lo que aconteció en mayo fue lisa y llanamente una revolución popular. Los vecinos calificados y los jefes militares habrían sido literalmente empujados hacia el Cabildo por las masas para encender la llama revolucionaria. Bidart Campos opta por el honorable término medio. La revolución fue protagonizada por la élite civil y la élite militar apoyadas en un amplio consenso que brotaba de la comunidad. No hubo, pues, incompatibilidad alguna entre el activismo de las élites y la naturaleza popular del proceso que se estaba gestando. No se trató ni de una revolución preparada y ejecutada por unos pocos, ni de una pueblada que arrasó con Cisneros y compañía.
Surge una cuestión por demás interesante, vinculada estrechamente con la anterior. ¿Qué entendían por “pueblo” los ideólogos y los protagonistas de aquella gesta? Bidart Campos hace una interesante distinción. Cuando los documentos de entonces hacían referencia, por ejemplo, al pueblo congregado en la plaza aguardando saber de qué se trataba, la palabra “pueblo” era sinónimo de población. En cambio, cuando se aludía al pueblo apostado en las adyacencias del cabildo, dicho vocablo aludía al pueblo activo determinado a dotar de legitimidad al proceso revolucionario. Se utiliza el término en sentido calificado. No se trata de la población pasiva que espera en sus hogares el devenir de los acontecimientos sino del protagonismo de los grupos sociales y las élites que actuaban en representación de todos. El pueblo en sentido amplio alude a la masa inorgánica de individuos mientras que en sentido estricto hace referencia a los grupos activos situados en lo más alta de la jerarquía social (los vecinos principales, la alta burocracia, el clero principal, los militares criollos y la burguesía intelectual). La revolución de Mayo fue posible porque el pueblo en sentido estricto tomó la decisión de hacerla y porque el pueblo en sentido amplio le brindó su apoyo. El vocablo pueblo, enfatiza Zorraquín Becú, “tan pronto era la comunidad política en su totalidad, representada por el vecindario urbano (pueblo en sentido amplio), y tan pronto era una reunión accidental de personas sin jerarquía política pero con evidente influencia sobre las decisiones de las autoridades (pueblo en sentido estricto o, si se prefiere, grupos de presión)” (3). Otro autor considera que en los sucesos de Mayo actuó solamente el pueblo en sentido estricto (4). Enemigo de las posturas extremas, Bidart Campos sentencia que “En la semana de mayo, el poder militar es fundamentalmente activo; sumada su fuerza a la del poder ideológico, y mediante la intervención de la minoría calificada-de composición y extracción pluralistas-que participa en el cabildo del 22 de mayo, se obtiene la participación popular que los documentos oficiales de la época describen y se llega, en definitiva, a la conclusión de que las fuerzas refractarias y de oposición quedan neutralizadas o no alcanzan a contener el movimiento (…) Lo importante y decisivo es que logró eficacia, y que la logró con legitimidad porque quienes consumaron los actos del 22 al 25 de mayo dispusieron de la gravitación necesaria para transformar en poder la obediencia y el consenso de la comunidad. Incluso afianzaron doctrinariamente la instalación del nuevo gobierno en la fuente de autoridad popular” (5).
En aquellas épicas jornadas ejerció un rol estelar el poder militar. Destacar el papel que jugaron las fuerzas armadas en el proceso revolucionario no significa reducir los hechos de Mayo a una conjura castrense sin el apoyo del pueblo. Tampoco significa negar el consenso popular del que gozó. Significa reconocer la activa participación de los jefes militares y las fuerzas bajo su mando, que hicieron posible una revolución que gozaba de un fuerte apoyo popular. A partir del 18 de mayo las casas de Martín Rodríguez, Rodríguez Peña y Viamonte, fueron el escenario de reuniones entre civiles y militares. En una de ellas fue requerida la presencia de un relevante hombre de armas: Cornelio Saavedra. Mientras tanto, Cisneros, cuyas horas en el poder estaban contadas, imitó a los revolucionarios, es decir, convocó en la Fortaleza a los jefes de los cuerpos armados con un único objetivo: quería saber qué pensaban y cuáles era sus intenciones. Quería saber, por ende, si todavía contaba con el apoyo de las fuerzas armadas. Inmediatamente tuvo conciencia de lo que significaba una expresión que se popularizó mucho tiempo después: vacío de poder. El 20 de mayo Castelli le habría exigido a Cisneros dejar el poder en estos términos: “Excelentísimo señor: tenemos el sentimiento de venir en comisión por el pueblo y el ejército, que están en armas, a intimar a V. E. la cesación en el mando del Virreinato” (6). El 24 de mayo Cisneros logró retener el mando de las fuerzas militares pero al mismo tiempo reconoció que la legitimidad de la Junta erigida ese día dependía de la voluntad de los jefes castrenses. Al día siguiente fue elevado al Cabildo un petitorio suscripto por más de cuatrocientas firmas en demanda de la remoción del virrey, algunas de relevantes comandantes y jefes de tropas. La influencia de Saavedra, jefe del cuerpo de Patricios, fue decisiva para torcer el curso de los acontecimientos a favor de los revolucionarios.
Emerge en toda su magnitud el rol de las fuerzas armadas en el proceso revolucionario. A tal punto fue así que el propio Saavedra reconocería tiempo después que la revolución no hubiera tenido lugar si no hubieran participado los militares bajo su liderazgo. Es cierto que la revolución careció de un caudillo, pero también lo es que hubo una élite militar que logró captar la adhesión de importantes grupos sociales que constituyeron el basamento civil del proceso revolucionario. En las vísperas de la revolución un enérgico Saavedra le señaló a Cisneros que el origen de su autoridad (el rey de España) había dejado de existir. Como el virrey había perdido toda legitimidad para ejercer el mando en el Río de la Plata las fuerzas armadas carecían de motivos para continuar apoyándolo. Saavedra le señaló a Cisneros que se había quedado solo. El poder militar había entrado en acción. Lo desplazó a Cisneros y apoyó al gobierno criollo. No fue casual, pues, el importante número de militares que asistieron al cabildo abierto del 22 de mayo y que firmaron el petitorio popular del 25. La aristocracia y la élite dirigente eran conscientes de que a sus espaldas las fuerzas armadas estaban listas para actuar. Fue por ello que la destitución de Cisneros no fue un salto al vacío.
La destitución de Cisneros fue producto del accionar castrense legitimado por la sociedad. Sin embargo, Vicente D. Sierra y Roberto H. Marfany, por ejemplo, reducen la revolución de Mayo a una insurrección militar. Ello significa que Cisneros cayó sólo porque el ejército así lo dispuso. Marfany sostiene: “si seguimos el desarrollo de los sucesos veremos más claro aun el sentimiento del cabildo frente a la imposición militar y la insurrección del ejército, y no a la aludida conmoción del pueblo, ni a la agitación provocada por el grupo que se mantenía en los corredores. Este no habría conseguido hasta ahora obtener nada del municipio. La cesantía de Hidalgo de Cisneros que habían solicitado al comienzo de la sesión es acordada recién cuando la exigen los comandantes” (7). Por su parte Sierra dice: “El cabildo no cedió ante ninguna exigencia popular. Contra ésta resolvió apelar a las armas. Pero contra el alzamiento de las tropas no cabía resistencia alguna. Realidad que asigna a estos hechos un carácter primordial de pronunciamiento militar, pues la cesantía de Cisneros fue acordada recién cuando la pidieron los comandantes” (8). Es cierto que Cisneros bajó los brazos cuando se percató de que las fuerzas armadas no lo apoyaban. Pero también lo es que el poder militar no hubiera actuado como lo hizo de no haber existido en el pueblo un ferviente deseo de emancipación. El poder militar supo captar el clima político del momento y actuó en consecuencia. Según la segunda acta del cabildo con fecha 25 de mayo de 1810, los miembros del Cabildo “se enteraron de una representación que han hecho a este Excmo. Cabildo un considerable número de vecinos, los comandantes y varios oficiales de los cuerpos voluntarios de esta capital”, quienes, en representación del pueblo, decidieron revocar la junta constituida el día anterior…”Y los señores, habiendo salido al balcón de estas casas capitulares, oído que el pueblo ratificó por aclamación el contenido de dicho pedimento o representación…acordaron: que debían mandar y mandaban se erigiese una nueva Junta de Gobierno, compuesta de los señores expresados en la representación de que se ha hecho referencia, y en los mismos términos que de ella aparece, mientras se erige la Junta general del virreynato” (9). En definitiva, “Lo importante es que una minoría, con suficiente apoyo y conducción militar, interpreta el consenso revolucionario del pueblo, e impone una autoridad que, sociológica y políticamente, tiene capacidad de mandar y de hacerse obedecer” (10).
12
¿Persiguió la Revolución de Mayo la independencia?
¿Significó la destitución de Cisneros el comienzo de un proceso revolucionario tendiente a romper definitivamente los vínculos con España o se redujo al reemplazo del virrey por un gobierno criollo representante del rey en cautiverio? Hay un hecho que no admite ninguna duda: Cisneros fue desalojado del poder por un movimiento que legitimó la decisión del pueblo de ejercer la soberanía. Hay que tener en claro que la Revolución de Mayo no se redujo a lo acaecido el día 25 sino que se trató de un proceso. El 25 señaló el comienzo de dicho proceso que culminó en 1816 cuando el Congreso que sesionaba en Tucumán declaró formalmente la independencia. Ahora bien, no se debe negar otro hecho evidente: los hechos del 25 desembocaron en el ascenso al poder de una Junta que no abjuró de su fidelidad a Fernando VII. Sin embargo, los hechos que tuvieron lugar a posteriori pusieron en evidencia el carácter revolucionario de la gesta de Mayo, el anhelo de independencia. El gobierno criollo se constituyó para preservar la integridad del Virreinato y la Junta de septiembre de 1811 llevaba adosado el calificativo de conservadora, lo que indicaba su propósito de resguardar la soberanía de Fernando. En octubre de ese año el gobierno de Buenos Aires suscribió un tratado con el virrey Elío en virtud del cual “reconoce la unidad indivisible de la nación española de la cual forman parte integrante las Provincias del Río de la Plata en unión con la Península y con las demás partes de América”.
Bidart Campos, Floria y García Belsunce son partidarios de esta interpretación. Otros historiadores consideran que se trató de un maquillaje, que la fidelidad jurada por los revolucionarios al rey en cautiverio fue aparente. Se trata de la famosa “máscara” de Fernando, de una estrategia basada en la simulación de obediencia al monarca por razones de prudencia política. Según Ricardo Levene “El estado soberano y libre de toda dominación había sido el fin supremo de la Revolución de Mayo, y sus hombres dirigentes se vieron obligados a adoptar la máscara de Fernando VII por razones de política interna…y por razones de política exterior…Fue la primera simulación sobre la causa de la independencia, bien pronto seguida de otra no menos gloriosa y necesaria simulación: la invocación monárquica para ganar tiempo, sobre la forma de gobierno a adoptarse” (11). Opina lo contrario Enrique de Gandía quien considera que es “una ingenuidad suponer que determinada junta, nacida a impulsos poderosos del pueblo que victoreaba desesperado a su monarca, fingía esos sentimientos, usaba una “máscara”, porque uno de sus integrantes tenía o decía haber tenido, años más tarde, ideas separatistas…Lo correcto, lo honesto, es decir que las juntas, en América, nacieron del fidelismo, del amor del pueblo a su monarca, Fernando VII-hecho documentado hasta la saciedad-, y que en algunas de esas juntas había hombres con ideas de independencia” (12).
¿Hubo o no simulación de los revolucionarios respeto a su fidelidad a Fernando VII? La mitad de la biblioteca opina que sí la hubo; la otra mitad opina lo contrario. Bidart Campos es terminante: “Lejos de aceptar nosotros que la invocación y el juramento a Fernando fueron una máscara, pensamos que el movimiento de Mayo, sin ser únicamente un golpe militar, cumplió su primera etapa con la instalación de órganos gubernativos que leal y realmente surgieron para reemplazar a los órganos españoles impedidos (rey) o disueltos (Junta de Sevilla). Producido el hecho originario-de por sí trascendente-se le acopló luego como desarrollo ulterior la efectiva consumación de la independencia, cuyo ideario larvado estaba latente desde antes de 1810”, lo que no significa que no se hubiera consumado la independencia el 25 de Mayo “porque a partir de ese momento cesa de hecho el ejercicio y la eficacia del poder español en el Río de la Plata” (13). Pese a la contundencia de los argumentos esgrimidos a favor de la “máscara”, nos sentimos inclinados a apoyar la otra postura, máxime si quien la enarboló fue nada más y nada menos que Saavedra: “por política fue preciso cubrirla (a la Junta) con el manto del señor Fernando VII a cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y mandatos” (14). Por su parte, Esteban Echeverría exclamaría años más tarde que “en la cabeza de los revolucionarios de mayo, Fernando VII era una ficción de estrategia exigida por las circunstancias” (15).
(1)-Rodolfo B. Rotman, Mayo: ¿pronunciamiento militar o revolución popular?, Bs. As., en Germán Bidart Campos, Historia Política y….., pág. 82
(2)-José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas, Obras completas, Elmer, Bs. As., vol. 13, T. III, págs. 14/15, en Germán Bidart Campos, Historia Política y …., pág. 82.
(3)-Ricardo Zorraquín Becú, En torno a la revolución de Mayo: el fundamento del poder político, Revista Jurídica de Bs. As., I-II, 1960, pág. 82, en Germán Bidart Campos, Historia Política y…., pág. 83.
(4)-Roberto H. Marfany, ¿Dónde está el pueblo? Un capítulo de la Revolución de Mayo, en Humanidades, Universidad Nacional de la Plata, 1948, T. XXXI, en Germán Bidart Campos, Historia Política y…., pág. 83.
(5)-Germán Bidart Campos, Historia Política y…., pág. 43.
(6)-Vicente D. Sierra, Historia de la Argentina, vol. IV, Bs. As., 1969, págs. 524 y siguientes, en Germán Bidart Campos, Historia Política y…., pág. 84.
(7)-Roberto H. Marfany, ¿Dónde está el pueblo?, Bs. As., 1948, pág. 32, en Germán Bidart Campos, Historia Política y…., págs. 85/86.
(8)-Vicente D. Sierra, Historia de la Argentina, Vol. IV, pág. 555, en Germán Bidart Campos, historia Política y…., pág. 86.
(9)-Aurelio Prado y Rojas, Leyes y decretos promulgados en la Provincia de Buenos Aires desde 1810 a 1876, Bs. As., 1877, págs. 27/29, en Germán Bidart Campos, Historia Política y…., pág. 87.
(10)-Germán Bidart Campos, Historia Política y…., pág. 47.
(11)-Ricardo Levene, Significación argentina y americana de la declaración de la independencia del Congreso de Tucumán, La Nación, 9 de julio de 1939, en Germán Bidart Campos, historia Política y…., pág. 91.
(12)-Enrique de Gandía, Historia de ideas políticas en la Argentina, Tomo III: “Las ideas políticas de los hombres de Mayo”, cit. Pág. 5, en Germán Bidart Campos, historia política y…, pág. 91.
(13)-Germán Bidart Campos, historia política y…..págs. 50/51.
(14)-Carlos Calvo, Anales histórico de la revolución de la América Latina, París, 1864, tomo I, pág. 185, en Germán Bidart Campos, historia política y…, pág. 90.
(15)-Esteban Echeverría, Mayo, su filosofía, sus hechos, sus hombres. Antecedentes y primeros pasos de la Revolución de Mayo, Honorable Concejo Deliberante, Bs. As., 1960, pág. 104, en Germán Bidart Campos, Historia Política y…., págs. 90/91.
Bibliografía básica
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-Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera” (1880/12910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo III, Ariel, Bs.As., 1997.
-José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800/1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Ariel, Bs. As., 1997.
-Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, 2004.
-Tulio Halperín Dongui, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo IV, Ariel, Bs. As., 1999.
-Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846/1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo II, Ariel, Bs. As., 1995.
-Daniel James (director del tomo 9), Nueva historia argentina, Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976), Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003
-John Lynch y otros autores, Historia de la Argentina, Ed. Crítica, Barcelona, 2001.
-Marcos Novaro, historia de la Argentina contemporánea, edhasa, Buenos aires, 2006
-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad de California, Berkeley, Los Angeles, 1987.
-José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, FCE., Bs. As., 1956.
-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.
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