22 noviembre, 2024

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La dramática y fascinante historia argentina Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810 5 Vísperas de la revolución

En aquel entonces el sistema político español se resquebrajaba sin remedio. Napoleón estaba obsesionado con España, a la que quería someter a como diera lugar. Pero la empresa no era sencilla. A partir de 1808 la lucha entre españoles y franceses se tornó encarnizada y Napoleón decidió el envío de sus mariscales para ponerle punto final a la cuestión. Al expirar 1808 se produjo la capitulación de Madrid y un año más tarde José I y sus tropas vencían a los españoles en Ocaña e invadía Andalucía. Finalmente, el 31 de enero de 1810 se produjo la caída de Sevilla provocando la inmediata huída de la Junta Central del Reino y su posterior disolución. Napoleón había logrado su cometido.

 

Floria y García Belsunce utilizan la expresión “sistema político” para caracterizar al imperio español y citan a dos eminentes politólogos del siglo XX: Robert Dahl y David Easton, y sus libros “Análisis sociológico de la política” y “El sistema político”, respectivamente. El imperio era, por ende, un conjunto interconectado de instituciones y actividades que hacía factible la elaboración y aplicación de decisiones que comprometían a la metrópoli y las colonias. España y sus posesiones americanas estaban vinculadas a través de una sólida red de comunicaciones y lo que decidía el corazón del sistema, España, repercutía sobre sus satélites. Al invadir la Península, Napoleón hirió de muerte al sistema. Las rebeliones que se produjeron en sus colonias atentaron contra sus flancos. La red comunicacional estalló en mil pedazos. El rey, imposibilitado de dar órdenes, se desconectó de los virreyes. Para colmo, fue puesta en tela de juicio la legitimidad de las reglas de juego que pretendían imponer los representantes españoles del monarca depuesto. Todos estos factores, al estallar al unísono, ocasionaron la quiebra del sistema político español.

 

Mientras tanto, el clima político reinante en el Río de La Plata era, a comienzos de 1810, bastante más tranquilo que el que había en 1809. Hubo algún temor sobre lo que podría pasar con motivo de la elección, el 1 de enero, de alcaldes y regidores. Nada pasó y la calma continuó durante los próximos meses. Pero se trataba de la típica calma que precede a la tormenta. Cualquier chispa podía desatar un incendio de impredecibles consecuencias. En marzo se tuvo noticias de la violenta represión de la revolución paceña comandada por el general Goyeneche. Este cruento acontecimiento despertó la ira de los criollos y liberales, y no hizo más que alimentar le sueño independentista. Tal era el malestar que cuando a fines de ese mes llegó a Buenos Aires la noticia del avance francés sobre Sevilla, el júbilo se apoderó de la población provocando la lógica alarma de Cisneros. Es probable que en ese momento al virrey se le haya helado la columna vertebral. Días más tarde se conocieron otros hechos de extrema gravedad: la disolución de la Junta Central, la constitución del Consejo de Regencia y la orden de regreso dada a Liniers. Resultaba por demás evidente que España no confiaba demasiado en él. En abril se conoció la caída de Sevilla y la incertidumbre comenzó a cortar el ambiente político como una filosa navaja. En mayo el buque Mistletoe arribó a Buenos Aires con periódicos confirmando la caída de Sevilla, la constitución del Consejo de Regencia y el avance francés sobre Cádiz, último baluarte español. Para los criollos independentistas había llegado el momento de precipitar los acontecimientos.

 

Para comprender lo que estaba aconteciendo en Buenos aires aquel histórico mayo de 1810 resulta insuficiente, remarcan Floria y García Belsunce, hacer hincapié en esos episodios. Es fundamental considerarlos como partes o elementos de un complejo proceso de cambio político. Valiéndose del análisis sistémico consideran que “Los factores e influencias que se cruzan entonces-de índole económica, social, política, administrativa, militar e ideológica-, deben ser apreciados como interacciones que se explican dentro de un sistema social del cual forman parte, con autonomía relativa, un sistema-o subsistema-político y otro económico, en cada uno de los cuales suceden hechos que rompen o hieren su lógica interna” (1). Lo que acontecía en el subsistema económico repercutía en los restantes subsistemas y lo que acontecía en estos subsistemas repercutía a su vez en el subsistema económico. Y así sucedía con todos los subsistemas localizados dentro del sistema social. Además, un proceso político revolucionario como el que aconteció en el río de la plata en mayo de 1810 no puede explicado desde una única perspectiva. Apoyándose en Crane Brinton (2) Floria y García Belsunce consideran que un fenómeno tan complejo como el proceso revolucionario que tuvo lugar en Buenos aires no puede ser analizado desde una única perspectiva. Sería erróneo suponer, por ejemplo, que la revolución de Mayo surgió de manera espontánea, como si fuese un fenómeno natural (un tsunami, por ejemplo). También lo es creer que un proceso de esta índole fue el resultado de un plan perfectamente diagramado y ejecutado por los revolucionarios. Para que se produzca una revolución es fundamental que existan hombres dispuestos a cambiar el statu quo en un ambiente que sea propicio.

 

El problema era que los revolucionarios de aquella época tenían en mente proyectos de cambio disímiles. Ello se debía a diferencias en sus temperamentos, en los medios de que disponían, en sus ideologías y en la pertenencia a generaciones diferentes. Para ponerlo con nombre y apellido: no eran lo mismo Cornelio Saavedra y Mariano Moreno. Sin embargo, ambos tuvieron un gran protagonismo en los sucesos de mayo. Ello significa que cuando se producen cambios tan radicales personalidades diferentes se unen en torno a un mismo fin. Saavedra y Moreno se unieron para cortar el cordón umbilical con el imperio español. Ahora bien, el hecho revolucionario en sí era lo único que garantizaba la unión de los diversos grupos que actuaron en la revolución. Una vez consumado, cada uno de ellos intentó conducir el proceso que acababa de tener lugar en función de sus intereses y objetivos. La armonía reinante en los momentos previos al hecho revolucionario y en el momento de su consumación, desaparece una vez consumado. Muchas veces meras diferencias de forma no hacen más que encubrir diferencias de fondo que salen a la luz una vez que el proceso revolucionario se afianza para luego ponerse en marcha. Al principio, los dos grupos que destituyeron a Cisneros, los jacobinos (Moreno) y los moderados (Saavedra) lograron una suerte de “coexistencia pacífica”. El afán de independizarse de España había sido más fuerte que sus desavenencias. Pero más temprano que tarde os jacobinos impusieron su concepción del proceso revolucionario. La revolución se había radicalizado o, si se prefiere, “morenizado” (3). “La morenización” del proceso revolucionario fue cuestionada, por ejemplo, por Ricardo Zorraquín Becú, para quien Saavedra “quiso mitigar (…) la violenta lucha ideológica y política que se desencadenó inmediatamente después de la revolución (pero) no pudo evitar que en Buenos Aires mismo se produjeran los motines populares y las maniobras políticas que en definitiva iban a quebrar su popularidad y a eliminarlo del gobierno” (4).

 

(1) Floria y García Belsunce, Historia de los…, p. 294.

(2) Crane Brinton, Anatomía de la Revolución, Ed. Aguilar, Madrid, 1958.

(3) Aunque no lo reconozcan abiertamente, Floria y García Belsunce lamentan la “morenización” de la revolución: “Parecería como si los moderados debieran resignar su idealismo ante la presión de un realismo sin mayor preocupación por las reglas del juego acordadas. Aquéllos parecen obrar de acuerdo al sentido común, pero éste no parece regir las circunstancias revolucionarias, de ahí su rápida desubicación en el proceso”, “Historia de….”, p. 295.

(4) Ricardo Zorraquín Becú, Cornelio de Saavedra, Revista “Historia”, núm. 18, Buenos Aires, 1960, p. 8, en Floria y García Belsunce, Historia de…., p. 295.

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Del 22 al 25 de mayo

 

La sociedad de Buenos Aires lejos estaba de ser homogénea. Había diversos grupos que, pese a estar unidos por su afán de independencia, perseguían objetivo diferentes. Un grupo bien diferenciado eran los hacendados y los militares, que presionaban para forzar al gobierno a adoptar una política económica determinada. Otros, como Elío y sus seguidores, pretendían imponer específicas políticas de oposición y forzar dentro del gobierno cambios en su personal que las garantizaran. Álzaga y los suyos también pretendían cambios de personas en el gobierno pero además, querían que existiera un gobierno formalmente independiente bajo el dominio de los españoles europeos. Por último, estaban quienes proponían una suerte de reformismo social promocionando la participación criolla en la estructura del Virreinato. Salvo el grupo de los hacendados y los militares, que conformaban un genuino grupo de presión, el resto quería participar activamente en el proceso de toma de decisiones del flamante gobierno revolucionario.

 

Lo acaecido el 22 de mayo demostró la “convivencia” de fuerzas políticas muy diferentes. La deposición de Cisneros fue apoyada tanto por Saavedra como por Moreno, tanto por el general Ruiz Huidobro como por Castelli. Como se expresa en la actualidad de manera coloquial, “no los unía el amor sino el espanto”. Tres días más tarde, la coalición desconoció la decisión del oficialismo de nombrar el 24 a Cisneros presidente de la Junta, e hizo saber de inmediato al Cabildo que exigía la inmediata constitución de una Junta integrada por Saavedra (presidente), Paz y Moreno (secretarios), Alberti, Azcuénaga, Belgrano, Castelli, Larrea y Matheu (vocales). Se trató del primer gobierno de coalición de nuestra historia. El grupo de la independencia (Saavedra, Paso, Belgrano, Castelli y Azcuénaga) y el partido republicano (Moreno, Larrea y Matheu) limaron momentáneamente sus diferencias en aras del supremo bien de entonces: deponer a Cisneros e instalar un gobierno criollo.

 

La quiebra del sistema político español permitió a la constelación de poderes (el político, el económico, el militar y el moral) liberarse de las cadenas que la tenían subyugada. De esos poderes el ideológico y el militar fueron vitales. Cuando se unieron-el primero como factor determinante y el segundo como factor legitimador-la caída de Cisneros fue inevitable. El proceso revolucionario había encontrado el actor ideal para ejecutarlo y una ideología que lo justificaba. El poder militar había dejado de ser un grupo de presión para pasara ser un poderoso factor de poder, capaz de tornear el curso de los acontecimientos. La unión del poder militar y el poder ideológico hizo que el resto de los poderes se unieran. En otros términos: la iglesia y los grupos económicos concentrados concluyeron que no había otro camino que el apoyo a un proceso revolucionario que contaba con el apoyo de los militares y la justificación de la ideología liberal. Los hechos que tuvieron lugar entre el 18 y el 24 de mayo, los lugares en los que tuvieron lugar y la identidad de sus protagonistas, corrobora la alianza militar-ideológica (1).

 

(1) “Esta amalgama de ambos poderes-el ideológico y el militar-se refleja desde los lugares de reunión-casa de Rodríguez Peña y Martín Rodríguez, por ejemplo-y sus asistentes militares y civiles, hasta la representación conjunta en todas las cuestiones trascendentes: Castelli y Martín Rodríguez el 18 de mayo; Saavedra y Belgrano el 23; Castelli y Saavedra en la Junta del 24”: Floria y García Belsunce….p. 299.