Hoy estamos sometidos a los designios de un gobierno que representa a la más rancia oligarquía. Por más que haya sido elegido en elecciones libres y transparentes, el gobierno de Macri no deja de ser una oligarquía al mejor estilo aristotélico. En efecto, en su perenne libro “Política”, el estagirita considera que la oligarquía es un gobierno impuro, una degeneración de la aristocracia. Para Aristóteles la oligarquía es un gobierno de ricos que ejerce el poder exclusivamente para los de su misma clase, es decir para los ricos. Es, en consecuencia, un gobierno corrupto. Pues bien, desde que está sentado en el sillón de Rivadavia el presidente Macri no ha hecho más que tomar decisiones que benefician solamente a sus amigos, es decir, a los integrantes de la patria agroexportadora y de la patria financiera o timbera. Hasta hoy es imposible nombrar aunque sea una medida-una sola-que haya beneficiado a la clase trabajadora, a la salud pública y a la educación. En materia económica sólo se ha preocupado por garantizar una cada vez mayor transferencia desde recursos de los sectores populares hacia los sectores concentrados de la economía. Eso tiene un nombre: saqueo. Macri está protagonizando el mayor saqueo de la historia argentina. Me parece que María Seoane se verá obligada a escribir la segunda parte de “El saqueo de la Argentina”.
La crisis que hoy agobia al pueblo no es más que la consecuencia directa del modelo económico aplicado por el presidente y el mejor equipo de los últimos 50 años. La apertura indiscriminada de la economía, la desregulación financiera, el intencional desfinanciamiento de las arcas del Estado y el endeudamiento externo frenético, han provocado una crisis que por ahora sólo es cambiaria pero que, según lo avizoran los expertos, amenaza con ser también bancaria. Desde que estalló la corrida cambiaria a fines de abril, el Banco Central, primero con Sturzenegger y ahora con Caputo, no ha hecho otra cosa que despilfarrar reservas para contener el alza del dólar. Los resultados están a la vista: el despilfarro asciende a casi lo mismo que el monto del primer desembolso del FMI (15 mil millones de dólares) mientras que el dólar, que en diciembre de 2017 estaba a 17$, ahora está a 40$. Esta megadevaluación no puede ser considerada a esta altura fruto de una mala praxis. Creo sinceramente que el gobierno está creando todas las condiciones para garantizar una fenomenal fuga de dinero que sólo beneficia a sus amigos financistas. Desde hace meses que los grandes banqueros deben estar festejando con champagne todas las noches. Razones no les faltan: sus ganancias son sencillamente astronómicas desde que el dólar se descontroló.
Es tanta la angurria de Macri y del mejor equipo de los últimos 50 años que los lobos de Wall Street se plantaron firmes y le dijeron “basta” al endeudamiento alocado de Macri. Desconcertado y luego desesperado, el presidente se arrodilló ante Christine Lagarde para que lo saque de la arena movediza en la que se había metido. Si la dama francesa bajaba su pulgar, el gobierno caía irremediablemente. Así de simple. Así de dramático. Lagarde levantó su pulgar porque no le convenía-tampoco al mundo desarrollado-semejante escenario. En efecto, el derrumbe del gobierno macrista hubiera sentado un pésimo precedente y el FMI hubiera quedado como el malo de la película. Ello explica la rapidez con que el FMI desembolsó la friolera de 50 mil millones de dólares para socorrer a Macri. Claro que no hubo nada de “generosidad” en la decisión del FMI de tenderle al gobierno una mano. Al tratarse del prestamista internacional de última instancia, el FMI impuso sus condiciones, unas condiciones que los argentinos las conocemos de memoria: ajuste, ajuste y más ajuste, es decir, déficit 0. Increíblemente, el acuerdo se quebró al cabo de tres meses. Macri y el mejor equipo de los últimos 50 años prácticamente dilapidaron el primer desembolso en ese período y nuevamente se quedó sin dólares. Hubo un nuevo pedido de ayuda y, por razones que se desconocen, el propio presidente anunció públicamente que su gobierno había llegado a un nuevo acuerdo con el FMI. El problema fue que madame Lagarde aparentemente no tenía ni noticias acerca de este segundo acuerdo, lo que se tradujo en un evidente malhumor que, sin embargo, no impedirá que el FMI socorra nuevamente al gobierno.
Pero ahora los burócratas del FMI serán más minuciosos a la hora de controlar las cuentas públicas oficiales. A pesar de ello, no dejarán al gobierno argentino librado a su suerte. Eso sí: deberá demostrar a partir de ahora que es capaz de garantizar la gobernabilidad. Traducido al lenguaje fondomonetarista, deberá demostrar que es capaz de negociar con el peronismo el apoyo irrestricto al presupuesto 2019, que es su presupuesto. Para Macri es vital que ese mamotreto se apruebe antes de la cumbre del G-20 a desarrollarse en el país en noviembre. Necesita sí o sí ofrendar el presupuesto 2019 a Trump, Merkl y compañía. Necesita convencerlos definitivamente que es un presidente sustentable, confiable, serio y responsable.
Mauricio Macri no es más que un pelele de Lagarde. Ha dejado de ser el presidente de todos los argentinos para pasar a ser su mandadero, su “che pibe”, su cachorrito preferido. Eso es hoy Mauricio Macri. Increíble pero real. Puertas afuera, no es más que un felpudo de los poderosos del mundo, un alcahuete que provoca vergüenza ajena. Pero puertas adentro actúa como lo que siempre fue: un oligarca petulante, un patrón de estancia que se cree dueño de la vida de los argentinos, un dirigente inescrupuloso que es capaz de hacer cualquier cosa con tal de perpetuarse en el poder. Como bien señala Mempo Giardinelli en su excelente artículo “La gran mentira” (Página/12, 17/9/018), “el macrismo llegó para quedarse”. La oligarquía, qué duda cabe, no dejará el gobierno así porque sí.
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