22 noviembre, 2024

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SALUD PÚBLICA (Por El Pingüino)

La salud es un derecho humano fundamental. Cada ser humano debe tener garantizado el acceso a un sistema de salud que le asegure una atención eficiente. Rico y pobre, intelectual y analfabeto, hombre y mujer, anciano y joven, todos, absolutamente todos, tenemos derecho a un sistema de salud que nos contenga y proteja. La medicina es, en este sentido, la gran igualadora. Porque el corazón del rico es tan proclive a sufrir un ataque como el corazón del pobre. En consecuencia, ambos corazones merecen ser tratados de igual manera. En el quirófano, en la sala de cuidados intensivos o en unidad coronaria, el infarto que sufrió el rico es tan importante como el infarto que sufrió el pobre. En materia de salud, todos somos iguales, todos somos relevantes, todos importamos.

 

El problema es que no todos los seres humanos tiene el mismo poder económico parta afrontar los gastos del tratamiento que corresponde en función del mal que padecemos. En el caso de una operación de alta complejidad, como la de corazón, el costo es muy alto. A raíz de ello, existen obras sociales que protegen a los enfermos más débiles, a aquellos que no pueden afrontar por sí mismos el costo de operaciones de semejante magnitud. De manera pues que si un sistema de salud funciona como corresponde el rico y el pobre reciben un tratamiento de igual calidad para el tratamiento de dolencias graves, como el infarto o el cáncer de páncreas.

 

En cualquier país normal existe un ministerio de Salud Pública que vela por el adecuado tratamiento de todos aquellos que carecen del dinero suficiente para costearse un sanatorio. Para ello es fundamental contar con hospitales públicos bien equipados y con profesional médico y de enfermería del más alto nivel, tal como acontece en los sanatorios. De esa forma se garantiza a los pobres la ayuda profesional adecuada para casos urgentes, tal como los sanatorios lo hacen con los ricos.

 

Lamentablemente, en nuestro país desde hace varios años la salud ha dejado de ser un derecho para pasar a ser un privilegio. Hoy únicamente aquellos que disponen del dinero suficiente son atendidos como corresponde. La medicina se ha aristocratizado, se ha transformado en un negocio que le permite a una élite de médicos obtener pingües ganancias. Comenzaron a florecer las prepagas, una suerte de obras sociales privadas que cubren a quienes poseen el poder económico necesario para pagar sus cuotas exorbitantes. El problema es que paralelamente con el florecimiento de las prepagas se viene produciendo un paulatino desmoronamiento de la salud pública. Hospitales y obras sociales (el PAMI, por ejemplo) se están desmoronando sin remedio, lo que en la práctica significa una condena a muerte para millones de compatriotas que no pueden afrontar los costos de un sanatorio y de una prepaga.

 

Hoy en la Argentina hay, en materia de salud, réprobos y elegidos. Quien tiene plata está salvado. Quien no la tiene está condenado. Así de simple. Así de dramático. El proceso de oligarquización de la medicina, que comenzó durante el menemismo, está alcanzando su esplendor con el gobierno de Mauricio Macri, quien sistemáticamente autoriza aumentos de las cuotas de las prepagas, tornándose impagables para miles y miles de clientes. De esa forma, la salud pública pasa a ser para la mayoría de los argentinos su última esperanza, pese a estar en decadencia.

 

Pero si algo le faltaba a Macri para demostrar su “cariño” por la medicina privada lo constituye su reciente decisión de borrar de un plumazo al ministerio de Salud. A partir de ahora la salud pública dejará de tener sustento institucional, dejará de constituir el último refugio para aquellos compatriotas que se encuentran a la intemperie. Emerge en toda su magnitud el desprecio presidencial por un derecho que, como se expresó al inicio de esta reflexión, es esencial para todo ser humano: la salud. Lo increíble del caso es que nosotros, como pueblo, aceptamos este atropello con resignación. La domesticación de la sociedad argentina ha llegado, qué duda cabe, a límites inauditos.