En política no existen las casualidades sino las causalidades. Lo que sucede políticamente no es producto del azar sino de decisiones perfectamente planeadas que buscan un objetivo determinado. Hace menos de un mes el país fue sacudido por los ya célebres cuadernos Gloria. Según el relato oficial un señor de apellido Centeno fue su autor. Durante más de una década, continúa el relato, quien fue chofer del número 2 de Julio de Vido, anotó de puño y letra en varios cuadernos Gloria todas y cada una de las “trapisondas” que cometieron don Julio y su ballet, con la complicidad de un buen número de empresarios dedicados a la obra pública. El asunto es de una enorme gravedad institucional porque se trata, nada más y nada menos, que de la corrupción en la obra pública, de la corrupción al más alto nivel político durante los diez años y medio del kirchnerismo en el poder.
Obviamente que nadie puede estar en desacuerdo con el combate a la corrupción sistémica. Es fundamental, por la salud de nuestra democracia, que de comprobarse estos hechos denunciados en los cuadernos Gloria, los culpables reciban el condigno castigo. Ahora bien, hay varios aspectos que llaman poderosamente la atención. Resulta llamativo que desde un principio, al no encontrarse los cuadernos originales, la Justicia no hubiera obligado a Centeno a escribir un párrafo de no más de diez renglones para comparar su caligrafía y redacción con el contenido de las fotocopias. Se hubiera podido comprobar la veracidad o no de la autoría de Centeno. ¿Por qué no se hizo? Muy simple: porque seguramente hubiera quedado en evidencia la mendacidad de Centeno ya que probablemente debe tratarse de una persona que a duras penas escribe y lee. ¿Cómo es posible que alguien sin educación hubiera sido capaz de redactar con tanta claridad y durante tanto tiempo asuntos de semejante gravedad institucional?
Otra cuestión muy llamativa es el momento en que aparecieron los cuadernos. Oh casualidad, fueron dados a conocer por un periodista de La Nación justo en el peor momento del gobierno de Mauricio Macri, cuando las encuestas señalan un crecimiento de la intención de voto de la ex presidente y un descenso en el mismo sentido de Macri. Es de manual que cuando sucede algo semejante el oficialismo debe hacer algo para distraer a la opinión pública y, en este asunto en particular, para esmerilar la figura de la principal y única oponente a Cambiemos en las presidenciales del año que viene.
Siguiendo los consejos de Jaime Durán Barba, el presidente y su séquito montaron un escenario de denuncias al por mayor en el que quedaron involucrados ex funcionarios kirchneristas y varios y poderosos empresarios, que por primera vez en su vida se vieron obligados a visitar Comodoro Py, lo que les debe haber resultado humillante e insoportable. Lo que resulta llamativo es que varios de ellos, luego de negociar con la Justicia su arrepentimiento, no fueron detenidos. Estamos en presencia, qué duda cabe, de una operación política de envergadura, planeada desde hace varios meses, que cuenta con el apoyo del establishment y quizá también de la embajada de Estados Unidos, para imponer en el país la doctrina del “lawfare” que tan buenos resultados está produciendo en Brasil. En efecto, así como en el gigantesco país hermano la embestida judicial terminó con Lula preso para evitar que compita en las elecciones presidenciales de octubre, en la Argentina el orden conservador busca exactamente lo mismo.
Sin embargo, aquí el presidente de la nación no quiere que Cristina siga el mismo camino de Lula por una simple y contundente razón: está convencido de que Cristina le garantizará su victoria en el ballottage de 2019, lo que le permitirá seguir en la Rosada cuatro años más. Por eso apunta a su esmerilamiento. El establishment, en cambio, pretende que Cristina termine presa para que sirva de ejemplo a todo futuro candidato presidencial que tenga en mente, si llega a la Rosada, gobernar desobedeciendo las órdenes de los que mandan. He aquí el dilema que seguramente está poniendo en jaque al oficialismo y al orden conservador: ¿qué hacer con Cristina?
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