En 1981 el ministro de Economía del dictador Viola dejó una frase que pasó a la historia: “el que apuesta al dólar pierde”. La realidad demostró que quien apostó por el verde billete ganó. En ese entonces la sociedad argentina ya estaba dolarizada, miraba al dólar como si fuera su propia moneda. Signo elocuente de una carencia absoluta de confianza en la moneda nacional.
El proceso de dolarización de la sociedad se afianzó durante el menemismo. En el verano de 1991 el flamante ministro de economía, Domingo Felipe Cavallo, con el expreso apoyo del presidente Carlos Saúl Menem, impuso el célebre “1 a 1”, equiparó el dólar con el peso. En realidad, en ese momento lo que hizo Cavallo fue imponer la paridad 10.000 australes-un dólar. Un año después, luego de reemplazar el austral por el peso, el ministro selló el histórico un peso-un dólar. A partir de entonces-comienzos de 1992-los argentinos jamás dejamos de pensar en el dólar. La convertibilidad, que hizo posible que durante unos años la inflación estuviera controlada, fue una ilusión óptica. Aunque parezca increíble, hubo argentinos que creyeron que el poder adquisitivo del peso era igual al del dólar, cuando en realidad era un papel pintado que se desinfló dramáticamente a fines de 2001.
En la caída de De la Rúa mucho tuvo que ver la puja entre el sector devaluador y el sector dolarizador. La presencia en la Rosada de Eduardo Duhalde a partir del 1 de enero de 2002 significó el triunfo de los devaluadores ya que su primera decisión fue, precisamente, imponer una dura devaluación al peso. A partir de entonces los argentinos-los pocos que poseen dólares y la inmensa mayoría que carece de la divisa norteamericana-decidimos evaluar la marcha de la economía en función de la relación entre el dólar y el peso. Si la diferencia era exigua, entonces las cosas marchaban relativamente bien. Si el dólar comenzaba despegarse, entonces empezábamos a rezar para que la economía no se desmoronara como un castillo de naipes.
Así comenzamos a vivir los argentinos en materia económica, y así continuamos haciéndolo. Estamos obsesionados con el dólar, estamos a merced de su voluntad. Como si la divisa norteamericana realmente la tuviera. En realidad, esta fijación por la cotización del dólar encubre un gravísimo problema: no creemos en el valor de nuestra moneda, producto de nuestra nula confianza en los gobiernos que supimos conseguir desde la recuperación de la democracia en 1983. Raúl Alfonsín debió adelantar la entrega del mando sacudido por una histórica hiperinflación. Carlos Saúl Menem estuvo en la Rosada una década y media pero entregó a De la Rúa un país en recesión. Fernando de la Rúa fue el principal responsable de la peor crisis institucional de la Argentina contemporánea. Cuando Cristina Kirchner entregó el poder había inflación, bastante pobreza y el dólar estaba a 9,5$. Mauricio Macri no viene haciendo otra cosa que agravar esos problemas y crear otros. Hoy estamos nuevamente a merced del FMI y del “capricho” del dólar. Lo primero que hacemos al levantarnos por la mañana es averiguar su valor. La obsesión sigue vivita y coleando. Mientras sigamos hipnotizados por la figura de George Washington, seguiremos siendo una colonia y no una genuina nación.
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