El 2 de agosto se produjo un hecho trágico en una escuela de Moreno, provincia de Buenos Aires. La vice directora (Sandra Calamano) del establecimiento y el auxiliar (Rubén Rodríguez) perdieron la vida como consecuencia de una explosión producida por un escape de gas.
Vale decir que este hecho luctuoso jamás se hubiera producido si el gobierno bonaerense hubiera actuado previamente con responsabilidad, es decir, si hubiera garantizado un eficaz sistema de control de la calidad edilicia de las escuelas bajo su dominio. La desidia de la gobernadora Vidal quedó plenamente a la vista. Sin embargo, el blindaje mediático que la protege le ha permitido, al menos hasta ahora, no verse políticamente perjudicada por la tragedia. Pero esto no es lo más agraviante para quienes perdieron la vida. En efecto, lo peor fue el desprecio que mostró el presidente de la nación por las víctimas apenas 24 horas después del lamentable hecho. Rodeado por jubilados tuvo la desfachatez de decir que se había tratado de un pequeño accidente. ¡Un pequeño accidente! En esta frase quedó al descubierto el verdadero rostro de Mauricio Macri.
El presidente es un hombre frío, calculador, que se cree miembro de una élite superior y que, a raíz de ello, está por encima del hombre común. Cree que es un patrón de estancia y todos nosotros, sus peones. En consecuencia, le debemos una obediencia absoluta, tal como el siervo de la gleba le debía al señor en la época feudal. Para Macri la tragedia de la escuela 49 de Moreno es apenas un incidente menor. Es cierto que costó dos vidas, pero como son de una escuela de Moreno, no son relevantes. Seguramente su actitud hubiera sido muy diferente si el escape de gas se hubiera producido en la escuela donde concurre su pequeña hija Antonia. Seguramente hubiera puesto el grito en el cielo demandando justicia y demás yerbas.
Para el presidente de la nación hay ciudadanos y kelpers. Los ciudadanos pertenecen a su mundo, el de la timba financiera y la oligarquía. Los kelpers pertenecen al mundo del trabajo: obreros, médicos, abogados, policías, maestros, profesores, etc. Macri siente un profundo y visceral desprecio por los kelpers, es decir por millones y millones de compatriotas esparcidos a lo largo y a lo ancho del país que se ganan la vida con el sudor de su frente.
Ello explica su frialdad a la hora de imponer a como de lugar el plan de ajuste que le impone el FMI. Sabe perfectamente que se trata de una condena al hambre y la exclusión para la clase trabajadora. Sabe perfectamente que obliga a los argentinos a sufrir privaciones por un largo tiempo ya que el acuerdo lo obliga a ajustar hasta el año 2021. Pero sigue diciendo, cada vez que aparece en público, que vamos por el camino correcto, que es la única manera de salir de la ciénaga en la que nos hundió el kirchnerismo. Y lo dice sin sonrojarse.
Estamos viviendo horas aciagas. Y las que vienen serán peores. Ello es así no porque posea una bola de cristal sino porque la historia se ha encargado de demostrar hasta el cansancio las consecuencias nefastas de toda política de ajuste. Siempre que se aplica una política de esta índole los pueblos sufren mucho, demasiado. En la Argentina lo comprobamos en 2001 y 2002. Ahora Macri aplica las mismas políticas que en aquel momento. ¿Por qué ahora las consecuencias serían diferentes?
Lamentablemente, el pueblo decidió suicidarse en 2015 cuando eligió a este perverso y en 2017 cuando decidió premiarlo por habernos sacado del “infierno de Cristina”. Votar con odio no resulta gratuito. Hacerlo provoca consecuencias muy graves para la calidad de vida de las personas. En ambas elecciones millones de argentinos votaron con un único objetivo: hacer escarmentar a Cristina. Lo cierto es que la ex presidente hoy está en el Senado y quienes creyeron que votando a Macri la castigaban, hoy están sumidos en el desasosiego y la desesperanza, por obra y gracia de un presidente que, pese a que lo votaron, los sigue considerando dignos de su desprecio.
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