“El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza” (Arturo Jauretche).
La tristeza invade los corazones argentinos. El pueblo está desanimado, cansado, agobiado. La plata se evapora, el empleo peligra, los tarifazos son una amenaza constante. Quienes perdieron el empleo están desesperados y quienes lo conservan temen perderlo. La libertad de prensa, columna vertebral de toda democracia desarrollada, está en peligro. En las últimas horas una conocida dupla, Vernaci-Tortonese-dejaron de trabajar en una radio de Buenos Aires. Vernaci dijo que hoy hay más plata para callar que para hablar. Tremendo. El apriete se ha generalizado. En un exitoso programa radial que se emite de lunes a viernes durante el atardecer en una conocida y antigua radio rosarina, el dueño ha ordenado que no se entreviste más al diputado provincial Carlos del Frade, aparentemente enemistado con aquél. ¿La libertad de expresión? Bien gracias.
El pueblo está triste porque ha perdido toda esperanza en el gobierno de Mauricio Macri. Todas las encuestas son coincidentes: la mayoría de la gente ve densos nubarrones en el horizonte. Razones no le faltan. De aquí al próximo invierno habrá más recesión e inflación. En términos técnicos ello significa estanflación. La economía se enfriará de tal manera que no sería extraño que todos terminemos congelados.
Lo terrible de todo esto es que estamos como adormecidos, sin reacción. Parecemos esos boxeadores que se recuestan sobre un rincón del ring con el solo objetivo de durar hasta que termine el round, mientras llueven sobre su anatomía los golpes del rival. Eso es lo que busca el gobierno de Macri. Quiere que nos terminemos acostumbrando al ajuste, al miedo a quedar en la calle. Quiere que veamos la tragedia que nos está asolando como un fenómeno natural, frente al cual solo cabe rezar para que no nos arrase. Por eso habla de “tormenta” y no de crisis. Lo hace para eludir todo tipo de responsabilidad.
Parece mentira que tengamos como presidente a un individuo que no sabe hablar, que intelectualmente es muy limitado, pero cuya frialdad asusta. Evidentemente no le importa el pueblo. No le importamos. Para él somos lisa y llanamente objetos descartables. El presidente gobierna para su familia y sus amigos, es decir, los miembros de la timba financiera, tanto nacional como transnacional. Lo tienen sin cuidado las quejas populares y las críticas opositoras. Mientras Christine Lagarde esté contenta, todo marcha viento en popa.
Para Macri lo único que vale la pena es reducir el déficit fiscal a 0. De esa forma, razona, la Argentina se transformará en un lugar de ensueño para los timberos del exterior. Si por reducir el déficit fiscal hay que sacrificar a la mitad del pueblo, se la sacrifica. Total, somos ganado. Confieso que nunca vi un presidente como Mauricio Macri. Y eso que hemos tenido cada ejemplar sentado en el sillón de Rivadavia…
Pero Macri es único. A veces parece estar en el limbo, como perdido, como si estuviera bajo los efectos de algún poderoso tranquilizante. A veces uno se pregunta si está en condiciones físicas y psíquicas para estar donde está. Porque a veces da la sensación de que no es consciente de lo que está pasando en la calle. La gente la está pasando muy mal y él como si nada.
Lo que está pasando en el país es realmente penoso. Confieso que nunca pensé que algún día, luego de la recuperación democrática, íbamos a caer tan bajo. Confieso que me cuesta creer que este monigote esté sentado en el sillón de Rivadavia y que una esclavista sea la primera dama de la Argentina.
De ahí la imperiosa necesidad de que reaccionemos para volver a recuperar nuestra autoestima. De nosotros depende que la presidencia de Macri termine por ser sólo un fenómeno pasajero o el comienzo de una pesadilla cuya duración es imposible de predecir.
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