Por El Pingüino
¿Cristina le declaró la guerra al peronismo? La pregunta lejos está de ser una humorada. Por el contrario, es muy seria ya que desde hace tiempo pareciera como que la presidenta y el peronismo histórico son como el agua y el aceite, es decir, son antagónicos.
El quiebre de la relación se produjo con posterioridad al fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner. Hasta ese momento, la relación entre el kirchnerismo y el peronismo tradicional era tirante. Pero había una relación. Si bien Kirchner durante su presidencia intentó despegarse, por ejemplo, de los barones del conurbano para imponer su concepción transversal de la política, al poco tiempo comprendió que los barones son esenciales a la hora de controlar el territorio más importante, políticamente hablando, de la Argentina. Pese a no sentir por ellos la más mínima simpatía, se percató de que sin su apoyo la gobernabilidad de su presidencia correría serio riesgo. Mientras tanto, tejió un sólido vínculo con otro exponente del peronismo histórico, el poderoso líder de los camioneros Hugo Moyano, quien la garantizaba el control de la calle a cambio de permitirle incrementar ilimitadamente el número de afiliados de su gremio.
El 27 de octubre de 2010 se produce el fallecimiento de Néstor Kirchner. Según un rumor que circuló posteriormente, en las horas previas a su deceso Kirchner tuvo con Moyano un durísimo intercambio de palabras por teléfono. A partir de entonces, nada fue igual en la relación del gobierno nacional con el peronismo histórico. El vínculo entre Cristina y Moyano languideció inexorablemente y finalmente se produjo la ruptura. La presidenta tomó una drástica decisión: sepultar el clásico apoyo del sindicalismo peronista ortodoxo y de los barones del conurbano por los jóvenes de La Cámpora, la agrupación que dirige su hijo Máximo. Luego de la histórica reelección de octubre de 2011, Cristina camporizó su gobierno. Con el correr del tiempo La Cámpora fue conquistando espacios de poder mientras el peronismo ortodoxo reculaba sin remedio. En las elecciones de medio término de 2013 las listas legislativas fueron copadas por sus militantes quedando relegados los candidatos del peronismo tradicional. Finalmente, La Cámpora cantó victoria cuando la presidenta colocó en el ministerio de Economía a Axel Kicillof y a Wado de Pedro en la Jefatura de Gabinete, dos cargos esenciales en la maquinaria de poder del kirchnerismo.
Mientras tanto, con el correr del tiempo, Cristina se vio paulatinamente acosada por el problema de la sucesión presidencial en 2015. Imposibilitada de presentarse como candidata presidencial por imposición constitucional, la presidenta se encontró con un problema de difícil solución al no estar en este mundo su sucesor lógico y natural: Néstor Kirchner. Ese vacío debía ser ocupado por alguien, pero ese alguien aún no se sabe quién es, salvo la propia presidenta y quizá Máximo Kirchner. Desgraciadamente para el gobierno nacional, del elenco de precandidatos presidenciales para 2015 sólo es competitivo, al menos por ahora, Daniel Scioli, un dirigente que poco y nada tiene que ver con el kirchnerismo puro. Si bien acompañó al matrimonio Kirchner desde 2003, jamás gozó de la confianza del gobierno nacional. Su extrema ambigüedad y sus mensajes políticos de paz y confraternidad, no hicieron más que incrementar la ira presidencial a lo largo de estos años. Pero como las encuestas avalan su precandidatura, Cristina no tiene más remedio que soportarlo.
Cristina está pasando, por ende, un momento político delicado. Por un lado, su nula relación con el peronismo histórico; por el otro, una sucesión presidencial que amenaza con ser extremadamente traumática. En las últimas horas, la presidenta tomó una decisión que agravó su relación con el PJ. Echó de la Casa de Gobierno a Juan Carlos “el chueco” Mazzón, un histórico dirigente peronista, experto en el arte de tejer alianzas y garantizar el apoyo del peronismo histórico. Su decisión de apoyar a Scioli y de excluir a La Cámpora en las listas de legisladores en la provincia de Mendoza selló su suerte. Cristina lo consideró un traidor y lo obligó a renunciar. Su lugar fue ocupado por Carlos “el chino” Zannini, otro histórico dirigente justicialista pero alejado del peronismo tradicional. El mensaje dado por la presidente es claro como el agua: de aquí a las presidenciales de octubre se recostará exclusivamente en La Cámpora y en aquellos dirigentes que acaten su autoridad de manera incondicional. En buen romance: se acabaron los tibios. Llegó la hora de los halcones. Aquí cabe formularse la pregunta que todos tienen en mente: ¿qué hará de aquí en más Scioli, sobre todo luego de que la presidenta bochara la candidatura a JEFE DE GOBIERNO PORTEÑO de un dirigente de su confianza? Por ahora, Scioli envía mensajes conciliadores poniendo una vez más en evidencia su notable resistencia al castigo. Mientras tanto, los barones del conurbano se muestran azorados y desorientados, temerosos de perder su poder con la estrategia belicista de Cristina. Lo cierto es que a la presidente le importa poco y nada la suerte política de los barones. Sólo tiene en mente armar un ejército de legisladores camporistas lo más poderoso posible para conquistar la mayor cantidad de bancas posible en las elecciones de octubre y pasar a ser, si el cristinismo no logra continuar en el poder, la jefa de la oposición ante una eventual presidencia de su adversario preferido: Mauricio Macri.
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