Por El Pingüino
Pasó el 18 f que seguramente los futuros libros de historia lo registrarán como un hecho trascendente de nuestro tiempo. Al menos ése es el mensaje que viene dando el orden conservador apenas finalizó la “marcha del silencio”.
Como resulta imposible predecir el futuro lo único que se puede hacer en estos momentos es esbozar algunas consideraciones sobre lo que resultó ser, efectivamente, una manifestación masiva. Como sucedió con los cacerolazos que se produjeron a partir de 2008 a raíz del conflicto por la 125, la “marcha del silencio” fue protagonizada por los sectores medios- altos y altos de la sociedad, históricamente enfrentados primero con el peronismo de Perón y ahora con el kirchnerismo de Cristina. Como era de prever, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aglutinó a una enorme cantidad de manifestantes quienes, paraguas en mano, marcharon despaciosa y silenciosamente para homenajear al fiscal Alberto Nisman. No fue, como lo pretenden hacer creer los diarios nacionales enfrentados con el gobierno nacional, una manifestación espontánea. Muy por el contrario, fue cuidadosamente planeada por sus organizadores, los fiscales federales anti K y el sindicalista Julio Piumato, quienes contaron con la ayuda comunicacional del multimedios Clarín, La Nación, Perfil y todos los canales de cable enfrentados con el gobierno nacional. Los afiches convocando a la marcha que empapelaron las paredes de Buenos Aires demuestra hasta qué punto se trató de una marcha perfectamente organizada. Los grandes vencedores fueron, qué duda cabe, los fiscales federales Moldes, Plee, Marijuán, Stornelli, Campagnoli y Sáenz, las caras visibles de la corporación judicial. Ellos salieron fortalecidos en su lucha contra Justicia Legítima, el sector de la Justicia que ha cometido la osadía de desafiar al establishment judicial. En este sentido, no resultó para nada casual que justo el día posterior a la marcha se reactivaran las causas judiciales que tienen a maltraer al gobierno: el caso Ciccone Calcográfica y la causa Hotesur La Justicia confirmó el procesamiento del vicepresidente Amado Boudou en la causa Ciccone Calcográfica, con lo cual quedó a un paso del juicio oral que se efectuaría, según lo informaron voces de la Justicia, inmediatamente después de las elecciones presidenciales. Lo de Boudou es sumamente grave ya que se trata, nada más y nada menos, que del segundo en la línea de sucesión presidencial el que está severamente cuestionado por la Justicia. En efecto, se lo acusa de cohecho y de funciones incompatibles con la función pública, configurando un panorama electoral nada propicio para el oficialismo ya que la oposición utilizará el caso Boudou en provecho propio. Tanto o más grave puede resultar para el gobierno nacional la causa Hotesur porque el fiscal federal de la servilleta, Claudio Bonadío, tiene en mente nada más y nada menos que a Máximo Kirchner, líder de La Cámpora pero fundamentalmente hijo de la presidenta de la nación. Nadie puede imaginar cuál sería la reacción de Cristina si la Justicia termina procesando a Máximo Kirchner.
Es probable que muchos argentinos estén celebrando esta embestida de la justicia y destaquen la valentía de los magistrados que la están impulsando, pero se trata, me parece, de una actitud infame de los jueces y fiscales federales contrarios al gobierno nacional. Infame no judicialmente, porque lo más probable es que las causas Ciccone y Hotesur ameriten dicha embestida, pero sí políticamente ya que, ¡oh! casualidad, se producen ahora, justo en el crepúsculo del gobierno de Cristina. Sagaces como los tiburones a la hora de oler sangre, esos fiscales y jueces federales agacharon la cabeza cuando el kirchnerismo estuvo en la cima del poder político, pero ahora, cuando falta poco para que Cristina deje el poder y bastante debilitada políticamente, se atreven a clavarle sus colmillos en la yugular. Cabe reconocer que esta deleznable actitud no es de ahora. Ya en la época de decadencia de Carlos Menem, la Justicia actuó de la misma forma: obsecuente durante el estrellato del mandamás de turno e implacable en la hora de su declinación.
La “marcha del silencio” fue total y absolutamente política. Fue organizada y planificada para utilizar el asesinato de Nisman con fines políticos. Los precandidatos presidenciales, que pasaron inadvertidos durante la manifestación, intentarán de aquí en más sacarle el mayor rédito político posible. Si bien es una actitud deleznable éticamente, es justo reconocer que si en las mismas circunstancias el kirchnerismo hubiera estado en la oposición hubiera actuado de igual forma. Como bien señaló Jorge Rial, Alberto Nisman se transformó en el mártir que el antikirchnerismo necesitaba para legitimar su embestida final contra Cristina. La muerte política del fiscal especial de la causa AMIA le viene como anillo al dedo a todo el arco político opositor, que hasta el 18 de enero no encontraba la fórmula para adquirir cierto protagonismo. Políticamente hablando, lo que sucedió ese fatídico día obligó al gobierno nacional a una actitud que lo desagrada profundamente: el de recostarse sobre las cuerdas del ring para protegerse de los golpes del rival. Eso es lo que viene haciendo Cristina desde que se conoció el deceso del fiscal. Y como no está acostumbrada a tomar recaudos defensivos, ha cometido gruesos errores de estrategia política de un mes a esta parte. Pero es justo reconocer que hay que estar en el pellejo presidencial y admitir que es una situación sumamente complicada, que da toda la sensación de que al gobierno nacional lo tomó por sorpresa.
El panorama político se complicó sobremanera para Cristina. La muerte política de Nisman modificó sustancialmente el escenario electoral y a partir de ahora puede pasar cualquier cosa. Si bien resulta obsceno hacer especulaciones electorales en base a una muerte, lo cierto es que todos, tanto oficialistas como opositores, las están haciendo. Si bien lo más probable es que la economía termine siendo, como siempre lo ha sido, el factor fundamental del voto en octubre, nadie duda de que la muerte política de Nisman pueda ejercer una influencia en las elecciones presidenciales de impredecibles consecuencias.
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